Por Mirtha Vásquez publicado en Noticias SER
El mes de abril de presente año, Máxima Acuña recibió el premio Goldman, el reconocimiento mundial más importante para defensores ambientales. Mucha gente se ha preguntado, por qué esta campesina cajamarquina se ha hecho merecedora a tan prestigioso premio, si a simple vista el caso no pasa de ser un litigio por tierras, un problema judicial entre esta campesina y eso sí una gran empresa minera con la que disputa una propiedad.
En el mejor de los casos, se ha reconocido que este premio reconoce la valentía de esta mujer y su persistencia por mantenerse dentro de su territorio a pesar de las presiones de la empresa. Sin embargo la lucha de Máxima y lo que ella representa es de lejos mucho más compleja y más significativa de lo que aparenta.
Joan Martínez Alier, desarrolló ya hace algunos años una nueva corriente, “el ecologismo de los pobres”, que explica claramente cómo es que personas de los sectores más pobres se vuelven ecologistas cuando emprenden una lucha necesaria para su supervivencia en un contexto de avance del gran capitalismo y el mercado. Los espacios y los recursos, son ahora valorados prioritariamente con visión crematística, costo-beneficio, y ello colisiona directamente con las valoraciones de estos sectores poblacionales que ven en ellos, los recursos para satisfacer las necesidades básicas para su subsistencia, y alrededor de los que han desarrollado sus formas de vida, creencias, organización, vida política. El intento de imposición de esta visión que encasilla a los recursos en la esfera económica, es lo que desencadena estas resistencias populares que encarnan reales luchas ecológicas pues se pelea no solo por los espacios físicos de sobrevivencia, sino por ideologías y modelos de desarrollo. Esa es la complejidad de la ecología política y la ecología económica puesta en debate.
La lucha de Máxima Acuña sin duda empieza por la defensa de un predio. Máxima decide no salir del mismo no solo porque tenía una necesidad de conservar el lugar que le proporciona el medio de subsistencia, sino tras valorar sus derechos y plantearse la idea de que no puede cederlos al poder económico. Máxima lo plantea de una forma muy simple, “este terreno me ha costado el sudor de mi cara y de esto he vivido; la empresa no puede abusar de mí, venir a pegarme, quitarme mis cosas y dejarme una lástima”; en el fondo el asunto que ella plantea es esa resistencia al poder económico dominante que muchas veces subordina los derechos.
Pero con el tiempo Máxima Acuña redimensiona su lucha, al darse cuenta del interés de la empresa por su predio, la construcción de un mega proyecto que implica la destrucción de las lagunas que están frente a su terreno, y entonces plantea el tema ampliamente desde una visión absolutamente ambientalista y cultural, “al principio solo estaba luchando porque no me quiten mi propiedad, pero después me di cuenta que me querían quitar mi tierra para destruir las lagunas, entonces dije hay que defender el agua también, con qué va a vivir la gente que recibe agua de estas lagunas y quebradas (…). Las lagunas parece que luchan también, no dejan que se acerquen a ellas, cuentan los antiguos que ahí se enterró un perol de oro y la laguna comerá a quien que se acerca a ella porque piensa que van a sacar el perol (…) ”, Máxima narra a esto a un medio internacional que la entrevista al recibir el premio Goldman. Su visión es netamente ambientalista, pero además defiende sus tradiciones y creencias, que son parte de su cultura.
Alguna vez tú pensaste en vender el terreno para evitarse más problemas, le pregunta la prensa. Máxima dice con seguridad, “Yo no, porque yo sé qué lo que me ha costado y de eso he vivido”, así lo plantea porque ella narra no solo cómo consiguió el dinero para comprar esa tierra, sino cómo esa tierra le sirvió para sostener a sus hijos y darles condiciones mínimas para salir adelante. Con alegría recuerda como allí pastaba sus animales, sembraba, cómo el lugar mismo representaba que ella era capaz de sacar adelante a su familia. Y este otro planteamiento nos hace recordar que la figura más sobresaliente del caso ha sido ella como mujer defensora de su espacio. Pero ella evidentemente no tiene una explicación sobre por qué surgió este liderazgo y hasta reconoce que antes de este conflicto apenas se atrevía a hablar, “yo trabajaba mucho, pero hablaba poco” dice y se ríe, “no se cómo cuando me hicieron esto llegué a tomar valor ”cuenta. Y es que lo que Máxima Acuña no sabe es que ella también ha encarnado un liderazgo de genero, movida otra vez solo por su necesidad. El papel en la división social del trabajo hace que las mujeres pobres, debido a sus tareas especializadas principalmente en el ámbito doméstico, sean las agentes de la satisfacción de las necesidades básicas de la vida, el aprovisionamiento de alimentos, de agua, de cobijo para su familia, necesidades ecológicas, por ello que cuando ven amenazado este rol emerge naturalmente ese impulso por defenderlo y lo hacen con el ímpetu que Máxima ha tenido hasta hoy. Máxima por ello se vuelve un símbolo de inspiración para las mujeres que como ella están en ese misma condición y dinámica.
Además, la lucha de Máxima Acuña plantea y evidencia problemas más estructurales, las asimetrías de poder en el modelo liberal; la desprotección del Estado frente a los excesos de los poderes económicos y su indiscutible debilidad para confrontarlos; el abandono de la visión de derechos en estas disputas en donde el poder económico se vuelve el fin de un Estado.
No, no es un premio solo a su valentía, es el reconocimiento certero a una verdadera lucha ambiental, ecologista, que además encarna la lucha más amplia de los pobres por sobrevivir en la vorágine de este modelo económico que se ha vuelto un dogma y que pocos como ella se atreven a cuestionarlo desde sus espacios.
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