Este es uno de los días que se recuerdan con amargura dentro de la historia de los cajamarquinos, día de triste recordación y día que otros prefieren no recordar y omitir para seguir secuestrando la verdad.
Se cumplen cinco años del asesinato vil de cinco peruanos, cuatro en la provincia de Celendín y uno en Bambamarca, en la provincia de Hualgayoc, con diferencia de horas. Los que murieron baleados por el ejército y la policía en medio de un estado de emergencia declarado por el gobierno de Ollanta Humala como respuesta a la oposición de la población a la ejecución del proyecto minero Conga.
José Faustino Silva Sánchez (35), Eusebio García Rojas (48) y Marcial Medina Aguilar (15), fueron asesinados en Celendín; en Bambamarca mataron a Joselito Vásquez Jambo. Las fuerzas del gobierno al ver que no sucedía ningún tipo de actos vandálicos luego de varios meses de emergencia, inventaron un ardid y enviaron a sus infiltrados disfrazados de trabajadores de construcción civil para realizar actos violentos. El resultado fue esas muertes en la que se incluye a un escolar que salía de clases.
Ante el vergonzoso y repudiable hecho, los soldados y algunos policías se pintaron con aceptil rojo y se vendaron heridas inexistentes y en el mismo helicóptero desde el que dispararon y mataron en la plaza de armas de Celendín a pobladores inermes, se dirigieron a Cajamarca “ a curar sus heridas” o su vergüenza, eso ellos lo saben en su profunda soledad.
Los asesinados no fueron políticos, no eran líderes, tampoco hombres de mal… eran gente que paseaba por la plaza y uno hasta fue un curioso que escuchó las balas y se aventuró a mirar. No era ninguno de los que pregonaban la lucha y la defensa; ellos, los pregoneros, los falsos líderes se escondieron con todos sus miedos y no salieron hasta que sus temores más atroces se remontaron.
Ahora, cinco años después, algunos de esos líderes están en el Congreso, otros estuvieron presos y la gran mayoría busca acomodarse en algún cargo en el poder. Los oficiales, suboficiales y la soldadesca fueron ascendidos y llevados a otros lugares. En Celendín se quedaron muchas adolescentes, colegialas embarazadas y abandonadas por las huestes del excomandante Ollanta quien nunca tuvo sangre en la cara para volver alguna vez a Cajamarca porque tenía sus manos manchadas.
Después de cinco años varias mujeres lloran a sus esposos abatidos sin razón. Varios hijos lloran a sus padres y madres lloran a sus hijos, hermanos a sus hermanos. Un pueblo llora a sus muertos de aquella infamia sin culpables ni castigo. A los caídos los nombraron “mártires del agua” como si ello les fuera a dar de comer a sus hijos, a sus madres, a sus viudas…
Está claro quien perdió y quien ganó en esta guerra desigual. Hoy una conflagración de indiferencia viven los que quedaron. Otra vez se agitarán verdes banderas, se pronunciarán sus nombres y se pedirá justicia, hasta que el tiempo inexorable acabe sepultándolos otra vez, nuevamente, pero esta vez ya sin bombos ni platillos, sino en el reino infinito del olvido.
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