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Circula un vídeo en Cajamarca que estremece, indigna, denigra; un grupo de personas autodenominadas Rondas Urbanas, ajusticia a una mujer, la golpean duramente con un látigo increpándole su conducta moral al ser acusada de estar con un hombre mayor que está casado. En el ajusticiamiento le dan el “derecho a látigo” al padre, al tío, a otros hombres extraños miembros de la llamada “ronda”. El castigo físico termina cuando la mujer vejada, rendida por el golpe, es obligada a pedir perdón al grupo, a comprometerse a no salir de su casa, a terminar con la relación. Pero el ajusticiamiento no termina con este castigo físico, la sanción debe concluir con la vejación pública; todo el episodio humillante ha sido grabado y pronto es difundido en las redes sociales con la única intención de exponerla al castigo moral de esta sociedad. Esto último no tardó en llegar, las vomitivas críticas e insultos denigrantes contra la joven llegaron de hombres y hasta mujeres que la condenaban por su comportamiento, y aplaudían su castigo.
Episodios como estos, lamentablemente, no son nuevos ni extraños en lugares como este, donde el machismo y el patriarcado son históricos, donde todas las esferas sociales se encuentran impregnadas por estos distorsionados conceptos que justifican y naturalizan la violencia contra la mujer, sobre todo cuando de cuestiones morales se trata. Justamente por eso, cualquier actor, como en este caso un grupo de gente que se auto organiza, se irroga el derecho no solo de irrumpir en la vida íntima de una fémina, sino de juzgarla y sancionarla.
Hace un par de años, este mismo grupo de “ronderos urbanos” protagonizó otro impresionante hecho, cuando intervino un club nocturno y sacó del mismo a un grupo de trabajadoras sexuales a las cuales golpearon desnudas hasta el cansancio, vejándolas también de manera pública. Convalidado y legitimado este hecho en esta sociedad machista, que para entonces no solo calló sino felicitó este proceder, sus prácticas de juzgamiento contra mujeres no han cesado y se hacen cada vez más frecuentes.
Esta son las formas modernas de lapidación de una mujer, aquella que pretende dominar el espacio privado de la misma y usar la crítica y el consenso moral público para legitimar la violencia, la humillación, y la discriminación. Esto no es sino uno de los instrumentos más poderosos del machismo que pretende dar significado a determinados hechos, para que alcancen un sentido que permita consolidar un orden establecido, ese orden patriarcal y machista que se resiste a ser desterrado en esta sociedad.
Si quienes violentan a esta mujer no estuvieran seguros de que también la sociedad es machista en sí misma, no solo no cometerían este ataque contra ella, sino que se abstuvieran de dar publicidad a esta bajeza. Porque estos hechos son justificados y apoyados de diferentes formas, al menos por un número suficiente de personas, es que se refuerzan estas conductas y se consolidan estas viles ideas y valores que conllevan a este actuar. ¿Procederían del mismo modo con un hombre?, la respuesta es obvia, porque en la cultura machista, las exigencias sociales así como las culpabilidades solo son propias de la mujer.
El problema no son sólo cada uno de los machistas, sino el machismo que ha permeado en toda nuestra sociedad. Mientras callemos, seguiremos siendo cómplices.
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