El argumento del gobierno es que los convenios son legales. Claro que son legales, así como fue legal que la empresa le sacara la vuelta a los estudios de impacto ambiental y a las comunidades campesinas de Apurímac y cambiara de manera prepotente e inconsulta gran parte del proyecto Las Bambas. Fue legal, también, que impusieran una planta de molibdeno sin estudio alguno, bajo el absurdo argumento de ya había un estudio de impacto ambiental en Cusco (sí, en otro departamento); o que en vez de construir el ducto para transportar los minerales, usaran la carretera comunal sin asfaltar y tengan a más casi 300 camiones circulando todos los días saturando de polvo las casas, las chacras, las gargantas y los pulmones de la población, de cientos de niñas y niños. Todo esto es legal, la vulneración de los compromisos de la empresa, la contaminación de la población y la violación de los derechos de la ciudadanía.
Y es que en el gobierno pasado, al igual que se dieron los llamados paquetazos ambientales para permitir los cambios inconsultos de los proyectos mineros, también se aprobaron leyes que dieron el sustento para que la Policía termine trabajando para las mineras, descuidando o dejando de lado su rol primigenio constitucional de prestar ayuda y protección a la ciudadanía. Fue en diciembre de 2012 que se aprobó el Decreto Legislativo 1149, Ley de la Policía Nacional del Perú, y esta norma con rango de ley legalizó el recurseo de la Policía al permitir que esta institución pueda generar recursos a través “de la prestación de servicios extraordinarios complementarios a la función policial”.
Así fue como, mientras nos metían el cuento de un gobierno organizador del evento ambiental internacional de la COP 21 (en un cuartel militar que luego comprobamos tuvo hornos en los que incineró clandestinamente a personas detenidas), a la par fueron gestando normas que permitieron que la fuerza pública matara a 55 peruanos en contextos de conflictos sociales ambientales. Fueron estas mismas normas, todo ese engranaje legal armado y cimentado por funcionarios que incluso ahora trabajan para las empresas mineras, las que han sido el marco propiciatorio para el homicidio calificado (o asesinato) del señor Quintino Cereceda en Apurímac.
Estos convenios ilegales pero inconstitucionales deben ser derogados, pero ahí no acaba el problema, existe toda un andamiaje legal que permite la violación de derechos de la ciudadanía, son las normas que permiten estos convenios y los paquetazos ambientales las que deben también derogarse.
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