“Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha:
las balas están matando,
las ametralladoras están reventando las venas”
Estos versos pertenecen al poema “A nuestro padre creador Túpac Amaru” que escribiera José María Arguedas en 1962. En una carta a John Murra, Arguedas advertía que este poema significaba un llamado violento a la protesta en defensa de la tierra. El contexto era la represión que la Junta Militar de aquel año había impuesto sobre el levantamiento campesino en Cerro de Pasco. La actualidad de este texto resuena en lo que viene aconteciendo en la zona de las Bambas. Es decir, 54 años después se mantiene una mentalidad colonial que sigue soslayando, invisibilizando y violentando las políticas indígenas de la tierra.
Lo que ocurre en Las Bambas no solo es una protesta de sujetos que se oponen irracionalmente a las economías mineras, no solo es la toma de una carretera, lo que puede desde ciertos sectores considerarse un acto vandálico. Esta es la estrategia discursiva para reducir la complejidad de aquello que las comunidades están defendiendo. Si nos detenemos en las declaraciones de las autoridades campesinas estas no se oponen a la actividad minera, sino que exigen garantías ambientales que han sido relegadas. Esto implica la colonización del territorio y con ello la alteración de un sistema político basado entre relaciones humanas y no-humanas. Es decir, las operaciones extractivas sin regulaciones destruyen la función de agentes políticos no-humanos como la tierra misma, provocando además alteraciones materiales en la salud de la población.
En este sentido la protesta que vienen realizando los campesinos en la zona de Las Bambas se da a nivel social pero también a nivel ontológico, ya que exige el respeto a lo que Marisol de la Cadena ha llamado “seres de la tierra”. Al respecto, la muerte de Quintino Cerceda es un símbolo mayúsculo de cómo opera la mentalidad colonial. No solo, parafraseando a J.R. Ribeyro, “la piel de un indio no cuesta caro” sino que el territorio mismo, y su propio sistema político, ontológico y epistémico, es minusvalorado. La empresa china MMG Limited, que actualmente explota el yacimiento de Las Bambas, no ha respetado los procesos de la consulta previa, y de este modo atenta contra modos de sentir y ser, modalidades indígenas de vida que involucran interacciones políticas entre humanos y no-humanos, pero este es un sustrato que sigue siendo violentado ante el discurso del progreso económico.
En otro de sus poemas, “Llamado a unos doctores”, Arguedas planteaba una invitación al encuentro, en cómo un hombre andino solicitaba al doctor, al académico, reconocerlo, verlo. Asi decía: “No huyas de mí, doctor, acércate. Mírame bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de esperarte?”. Arguedas se detenía en la posibilidad de un encuentro a partir de la comprensión, y del mismo modo una protesta como la que viene ocurriendo es también una invitación a visibilizar un tipo de sensibilidad espacial, un modo diferente de sentir la tierra. Frente a la violencia del cerco colonial y las muertes acumuladas, la toma de carreteras obtiene un cariz propio de un dialogo tenso, agonístico, necesario para vencer el monologo del Estado.
Las repeticiones estatales consisten en su falta de atención a la muerte de Cerceda (más allá de la retórica del mea culpa de Basombrio), o en su sordera para escuchar no solo el reclamo como conflicto social sino también como defensa de la tierra, de entender que la tierra es un sistema político. Desde un lado o el otro se persiste en el despliegue de una mismidad que no acepta alteridades, diferencias, y que implica una complicidad que va desde la policía, la minería, el gobierno e ideólogos de la economía desarrollista como Pablo Bustamante. En todos estos casos bullen estos versos de Arguedas que refieren el modo en que los sujetos indígenas son representados, cancelados por la mentalidad colonial: “Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor”.
Así se genera un desencuentro de mundos que no se comparten, no hay mesas de dialogo, pues se reitera que el Estado no cumple, lanza una parafernalia mediática en unos casos y en otros desaparece, mientras una muerte sigue esperando justicia, mientras la tierra sigue siendo ignorada. Vuelve el tema de que los campesinos e indígenas solo son visibles cuando están muertos o cuando se les capta dentro del discurso de primitivos o salvajes, para así seguir sustentando las políticas económicas desarrollistas. El llamado a unos doctores, a las mineras, al Estado exige ahora más que nunca un real intercambio afectivo, una apertura de mundos, un volver la mirada y la escucha a estas líneas arguedianas: “No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí, acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi rostro”.
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