Máxima no tiene una mina, ni tiene medios de comunicación, ni programas en la televisión. Ella simplemente tiene una casita y una chacra en medio de un terreno codiciado por una de las mineras más poderosas del Mundo. Y tiene dignidad, algo de lo que carecen algunos de los escribidores y periodistas de la televisión.
Es fácil defender a los poderosos, es difícil soportar las agresiones y humillaciones de los matones enviados por Yanacocha. ¿Pero aparte de golpearla por defender su casa por qué también agreden a Máxima desde sus púlpitos mediáticos? Es muy sencillo: porque es un símbolo, y los símbolos dan miedo al poder. Hay que matar al símbolo, hay que enterrarlo. Máxima, sin quererlo, se ha convertido en lo que el poder no puede soportar: un ejemplo.
Han vuelto a golpear a Máxima, poco tiempo después de que cientos de miles salieron a decir “Ni una menos’’. La violencia de género institucional es también un ejemplo, un mal ejemplo que se reproduce en las calles. Que no existan leyes que respeten los derechos de las mujeres, que no puedan ejercer su derecho a decidir, que no se respete la igualdad, es violencia de género desde el poder, desde las instituciones. ¿Dónde está la ministra de la mujer? ¿Dónde está la ministra de Derechos Humanos, ahora que hasta Amnistía Internacional ha demostrado su preocupación por el acoso a Máxima? ¿Por qué no denuncian esta agresión y muestran su solidaridad con Máxima? ¿Se seguirá permitiendo desde las instituciones que los mercenarios con escudos, palos y medios de comunicación sigan hostigándola y golpeándola?
Quizás este país un día cambie. De momento tenemos una gran ministra de la dignidad, se llama Máxima Acuña.
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