Máxima Acuña vuelve a su realidad en Tragadero Grande

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Retorno. Dice esperar que los actos de violencia contra ella terminen. Llegó a su tierra con el premio ambiental Goldman 2016 y también la promesa de autoridades norteamericanas de interceder por ella ante la minera Newmont y el presidente Ollanta Humala.

Fueron casi cinco horas de viaje desde Cajamarca hasta Tragadero Grande, por la ruta de Sorochuco. Parecía que ya llegábamos a alcanzar la montaña cuando el vehículo que nos transportó  detuvo su marcha. Máxima explicó que teníamos que bajar porque de ahí en adelante la carretera le pertenece a la corporación minera Newmont-Buenaventura, y que ella no puede transitarla.
 
 
"En su tranquera, la seguridad de la empresa hace parar a las combis que nos traen. Suben, nos buscan y nos bajan.  Eso pasa en la tranquera que está abajo, en San Nicolás. Y si vengo por esta ruta de Sorochuco, como ven, aquí en Agua Blanca también hay una tranquera que no me deja pasar", relata.
 
Entonces empezamos a bordear la carretera por los cerros durante treinta minutos hasta que llegamos a su pequeña casa ubicada en un paraje donde tiene como único vecino a una base de la empresa minera.
 
Tras un emotivo reencuentro con los suyos, Máxima pasó revisión a su derredor. Vio que su casa, sus cuatro ovejas, una yegua y su cría y sus dos perros, estaban bien. Y es que los disparos que alguien hizo en el lugar la noche del 24 de abril cuando su esposo Jaime Chaupe se encontraba solo, removieron sus temores.
 
Y dirigiendo su mirada hacia la estación minera señala a los tres hombres ubicados tras la malla metálica que la empresa ha colocado para afirmar su propiedad. Refiere que ellos la vigilan continuamente con binoculares  y están pendientes de su movimiento y el de su familia. Este hostigamiento la perturba  y afecta su vida en libertad a la que está acostumbrada como campesina.
 
"Miren mis rabanitos, mis lechugas, las han pisoteado. No puedo sembrar nada porque la empresa dice que estoy invadiendo, entonces vienen sus trabajadores y las destruyen", dice respecto a las plantas mustias que quedan en un área muy pequeña.
 
 Cuenta que sus animales menores también han corrido la misma suerte. En cada desalojo que el personal de seguridad de la minera ha realizado al amparo de la ley 30230 –que señala que un propietario puede desalojar a quien invade su predio– se han llevado sus gallinas, conejos y cuyes.
 

Sin protección 

 
Máxima se sobrecoge al pensar lo que le puede pasar debido a las amenazas que le han expresado trabajadores mineros y dueños de empresas tercerizadoras. Ellos la culpan de no tener trabajo y de evitar el desarrollo de Cajamarca.
 
 Quien hoy es considerada una de los seis héroes ambientales del mundo tiene una medida cautelar otorgada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para garantizar su vida y su integridad pero que el Estado peruano no ha llegado a implementar. Hasta la fecha, ella no dispone de protección policial. Aunque esta custodia tampoco le genera mucha confianza.
 
"La policía fue la primera que a mí me pegó y maltrató a mis hijos en el 2011 por defender mi propiedad. Cuánto tiempo la policía trajo perros para que acabasen a mis conejos, a mis perros. Yo me pregunto ¿ahora ellos me harán justicia?", recela.
 
Su esperanza está fijada en organizaciones como Defensoría del Pueblo. Considera que son imparciales y defienden los derechos de la gente. También confía en organizaciones ambientalistas "que protegen la Tierra, que cuidan la naturaleza que Dios da. Pienso que estas personas respetan eso".
 
No sabe si los actos de violencia terminarán o no, si podrá sembrar o lo destruirán como cuando arrasaron de raíz su cultivo de papas. Pero igual se aferra a este paraje que considera muy valioso.
 
Sus pequeños ojos brillan cuando refiere que en el terreno que compró en 1994 puede cultivar olluco, oca, haba, papa, para ella y el mercado; y sembrar trébol, heno y avena para las vacas lecheras. El resto del campo queda para el pastoreo de ovejas, caballos y ganado pequeño. 
 
Dice con orgullo que el agua sale de su propia tierra y la bebe de la misma naturaleza, y además no se preocupa de pagar por el consumo y tampoco de purificarlo.
 
"Mi futuro está en esta tierra. Si no la conservamos  no tendremos para que coma mucha gente. Si no hay nada en el campo de dónde va llegar el alimento al mercado. La gente que está a favor de la empresa minera supongo que no utilizan alimentación, no tomarán agua", reflexiona.
 
 Sentada junto al fogón de su cocina, Máxima Acuña  menciona que de Estados Unidos ha traído el compromiso de autoridades, congresistas y ambientalistas para interceder por ella ante Newmont y el presidente Ollanta Humala.
 
"Ellos han dicho que van a ayudarme en investigar y buscar justicia con autoridades que tienen leyes propias. Ya me llamaron para presentar una carta a Newmont. Una señora que era como la jefa del estado de Washington dijo que se iba reunir con el presidente Humala para que responda por los abusos que me hacen", manifestó convencida de que así será.
 
“Cuando recibí el premio sentí que mi voz fue escuchada por muchos”
 
"Al comienzo pensé que no había nadie que me oiga pero cuando hubo este premio sentí que mi voz, mis penas, mis oraciones, mis golpes, la vida de mis animales, lo están escuchando muchas personas, aunque en mi Perú hay pocos que toman conciencia para cuidar la vida. Los que trabajan en la empresa me hacen agravios, las autoridades tratan de desprestigiarme. Eso para mi es una gran pena. 
 
Si yo estuviera jalando la leña, la yerba de la gente, el pan de su mesa sin autorización, entonces estaría muy equivocada pero no le hago mal a nadie. Tampoco  miento porque sé que algún día moriré y voy a dar cuenta a Dios. Ellos también van a morir pero no piensan en su alma. Dios me recibirá con los brazos abiertos, porque digo la verdad".
 

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